<<Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes>>, se
desahogó con José María de Cossío el 14 de julio de 1935 Miguel Hernández, el poeta popular por
excelencia del siglo XX, entonces sumido en los aditamentos propios del amor obstinado pero no
correspondido de Maruja Mallo, de quien se habría prendado en casa de Pablo Neruda. Mujer de una
pieza, la pintora se empleaba por libre en esa suerte de batallas, haciendo mangas y capirotes de
la disciplina monógama del romance con rima fija, corto pero fogoso, que durante un puñado de
semanas mantuvo con el autor universal de Orihuela, a quien al cabo dejó tan hundido como en su
momento a Rafael Alberti, musa de ambos y desencadenante de 'Sobre los ángeles' y 'El rayo que no
cesa'. Son los gajes de la vida, a veces sometida al vaivén de oleajes encontrados.
Encontrada la vida y sobrevenidos los cuernos, con Miguel Hernández por los cuernos matado de
celos y por los cuernos agarrado a la cotidianeidad. Y es que el poeta se ganaba el pan de cada día
como negro de José María de Cossío en la enciclopedia impagable de 'Los Toros', maravilla de las
maravillas que para sí querría cualquier ciencia. De mano del poeta corrieron muchas de aquellas
páginas, a la vez escritor de despacho, investigador de bibliotecas (en ocasiones puesto en un
brete por «alguna que otra abreviatura o palabra que no entiendo en los manuscritos») y rastreador
de campo. ¿Cuántas y cuáles? A ciencia cierta nadie lo sabe. Cossío, el único en condiciones de
detallarlas, no lo creyó necesario, convencido de que esa carga de incertidumbre añadía gloria a la
obra.
A pesar de ello, hay semblanzas cuya autoría hernandiana nadie pone en entredicho, como la de
Tragabuches, uno de los Siete Niños de Ecija, pista que tomaría en marzo de 1936: «El otro día he
pasado Sierra Morena y no puedes imaginarte qué emoción me ha dado recordar a los bandidos
generosos», escribe desde Puertollano a Cossío...
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